Por Santiago de Arena.

Las licencias que concede la
ficción hacen posible que se puedan abordar a personajes, situaciones,
escenarios, emociones, temas y motivos desde lógicas que atienden a sus reglas
peculiares, y que ajenas al rigor del espacio teatral dejarían de existir. Como
un vistazo que permite transitar como testigo de esos otros universos, en donde
toda posibilidad se hace tangible, la compañía Hanna y sus hermanas presentó el
montaje El lugar más feliz del mundo,
dentro de la temporada Por Locura en Micro Teatro México. Con un texto de
Miguel Cane y Joe Rendón, El lugar más
feliz del mundo aborda el tópico planteado ya por Sanchis Sinisterra en el
que dentro de una dimensión indefinida se visitan a los clásicos para imaginar
una vida ulterior, planteando un posible encuentro entre tres de las figuras
icónicas de la cultura occidental contemporánea: Sylvia Plath, Viginia Woolf y
Walt Disney; convergiendo en algún punto del espacio y del tiempo que sirve
como campo de juego para el humor y la reflexión a partir de nosotros y ellos;
sus historias y las nuestras. El acertado trabajo de dirección de Joe Rendón
hace posible que las interpretaciones de Damayanti Quintanar, Rocío Verdejo,
Martha Claudia Moreno, Greta Cervantes, Gustavo Egelhaaf y Luis Lesher resulte
entrañable en la encarnación de sus respectivos personajes, al pincelar a sus
tonos y emociones partiendo del manejo acertado de los rasgos de personalidad
que los hicieron memorables. En la conmovedora utilización de recursos escénicos
elementales: piedras del río, luz de foro, un decorado que remite al Castillo
de la Fantasía, a cargo de Óscar Acosta y Julia Arce, la puesta en escena de El lugar más feliz del mundo confirma
que para el buen teatro los recursos suficientes saben ser los esenciales.

Bajo la dirección de Andrés Tena a
un texto escrito por Mario Montes Pozo, Araujillo Producciones y Teatro al
Viento presentaron el montaje El hombre
de mi vida, dentro de la temporada Por Locura en Micro Teatro México. El
trabajo unipersonal a cargo de Mariana León Lambarri encarna al tristemente
común arquetipo de la mujer violentada y dependiente emocional de su agresor,
en el que el amor y la devoción se revierten para convertirse en inspiración de
la venganza. La visualmente opresiva escenografía de Bárbara Enríquez y el
sórdido trabajo de iluminación a cargo de Oscar Castañeda imprimen al espacio y
al ambiente de El hombre de mi vida
una carga visual que se ajusta de forma efectiva al montaje, desarrollando una
estética particular y propicia para que el trabajo interpretativo tenga apoyo y
compañía. Abordada desde un preciso medio tono, que consigue revelar los
recovecos de una mente atormentada y encerrada en el complejo laberinto de la
toma de conciencia de sus actos, la interpretación de Mariana León Lambarri se
integra de manera natural con el pesado recorrido que realiza en el recuento de
su historia, reptando emociones de forma inquietante, sin caer en dramatismos
desgastados por la vieja escuela del lugar común. Conjugando a su trabajo
físico y al manejo contenido de la dicción con los elementos que habitan con
ella a la escena: un líquido turbio en la tina de baño, el destello inquietante
que alumbra en picada, el detritus que colma a la duela; y que en su extraña
ambigüedad enfatizan al arqueo del personaje como víctima y verdugo. La puesta
en escena de El hombre de mi vida
deja en claro que al tiempo de hablar de locura aceptamos sumergirnos en un
mundo en el que aquellos que vivimos detrás del espejo sólo somos visitantes.
No resulta para nadie novedoso el
aceptar que todo hecho teatral es resultado de la mezcla de acción y palabra;
cantidad y cualidad en el manejo de tales recursos podrían explicar de manera invariable al destino de todo montaje. A
partir de la vuelta al origen del drama, que cimienta sus bases en el acto
narrativo y el poder de la palabra, sin mayores pretensiones que sus propios
alcances, Los Rorros Producciones presentaron la puesta en escena Alejandro, bajo la dirección de Juan Martín
Vargas, dentro de la temporada Por Locura en Micro Teatro México. El trabajo
escénico de Fabián Robles resulta limpio en medida y en tono al abordar a un
personaje que lleva la carga total del montaje, desnudo en la expresión de su
historia y de los complejos estados de ánimo que va atravesando, provocando
reacciones emocionalmente evidentes en el espectador como respuesta a su
trabajo. Terriblemente verosímil, no tan solo por tomar como partida a la
figura de Alejandro Cota Quiroz, conocido como El asesino de San Valentín,
quien el 13 de febrero de 1992 segó la vida a los integrantes de su familia en
el sur de la Ciudad de México, y hermanado a las célebres propuestas en que
Alejandro Román retrata los obscuros laberintos de la mente y las violentas
consecuencias que contribuyen al deterioro de los individuos y las sociedades,
el texto de Alejandro, escrito por el
propio Juan Martín Vargas toma como punto de partida al filme documental 1973, realizado en 2005 por Antonino
Isordia, para explorar a la figura de un personaje que desde su obscuridad
expone de forma objetiva a sus actos y sus motivaciones; cuestionando, al mismo
tiempo, los niveles de responsabilidad que todos tenemos, directa o
indirectamente, para la construcción de tales historias.
Tal como lo afirma Marcus Geduld,
los grandes actores muestran siempre que se encuentran vulnerables, compartiendo
con el público aspectos, carencias y dotes que la mayoría de las personas
mantenemos oculta. Se muestran desnudos; y a partir del control de su absoluta
desnudez caminan por la cuerda floja, mostrando su yo más herido, asustado y
dolorido; sacrificando su dignidad por nosotros y arriesgando su existencia
para que nosotros no tengamos que hacerlo. El contexto de Viva la vida, montaje presentado por Araujillo Producciones como
parte de la temporada Por Locura en Micro Teatro México resultó ideal para
encarnar a tales preceptos. Una pareja devastada por la depresión crónica que
supone la convivencia en común y que hará cualquier cosa para escapar de la
rutina de una vida miserable permite que el trabajo en escena de Catalina
López, Marcela Morett, Daniel Haddad y Rodrigo Ostap aborde terrenos insospechados.
A partir de un texto de Santiago Zenteno y bajo la dirección del autor y de Alonso
Íñiguez, el montaje de Viva la vida
se convierte en un claro ejemplo de los demandantes niveles de interpretación
que requiere el teatro físico, en el que sólo quienes tienen una plena
consciencia y un dominio completo de su cuerpo como instrumento interpretativo lograrían
salir a flote. La barroca escenografía e iluminación de Mauricio Ascencio
contribuye como factor de riesgo que enriquece a la exigencia de este montaje,
en el que la ausencia de palabras otorga a los elementos escénicos el papel de
sentidos y significados, construyendo una contundente hiperrealidad que
retrata, critica y refleja los niveles absurdos a los que hemos llevado a la
forma en que nos relacionamos con el otro, convirtiendo al sujeto en objeto; y que
nos habla de forma directa desde su aparente silencio.
Hora de jugar
El juego resulta un recurso
esencial si queremos llegar a entendernos; ya en sus Cartas sobre la educación estética del hombre un célebre autor
alemán lo dejó en claro al escribir que se alcanza a completar la formación del
ser humano solamente al recibir la enseñanza que brindan los juegos. En el caso
del arte teatral, abordar al recurso del juego como punto de catarsis ha
forjado ya una escuela; textos de Shakespeare, Calderón, Beckett y Jodorowsky se
han llegado a convertir en referentes de la exploración escénica del homo ludens. Integrándose de forma
novedosa a esta ya añeja tradición la compañía Teatro al Viento y Araujillo
Producciones presentó el montaje Hora
de jugar, dentro de la temporada Por Locura en Micro Teatro México. La
dirección de Andrés Tena a partir de
un texto de Juan Carlos Araujo
permite que la escenografía e iluminación a cargo de Salvador Núñez e Isaac
Weisselberg se acople de forma integral al montaje, logrando que el trabajo
actoral de Aleyda Gallardo, Alejandra
Marín, Constantino Morán y José
Sedek encarne de forma efectiva a la historia de un proceso de superación
en el que el juego, tanto escénico como argumental consigue superar a la cuarta
pared y tocar esos rincones vulnerables que todos dejamos expuestos al momento
de aceptar la realidad; inclusive cuando creamos una nueva. El acertado giro de
tuerca planteado en el montaje Hora de
jugar nos da un ejemplo de la forma en que pueden abordarse los tonos y
temas de forma efectiva; en este caso, concediendo un lugar especial a la
técnica del contrapunto, en donde el conmovedor elemento sorpresa se integra de
manera natural a los indicios sugeridos por el manejo del espacio, la luz, la
palabra y los recursos de la escena.
No lo olvide, visitar Micro Teatro México, es una experiencia única, viva, divertida. Es un constante reto a tú imaginación, te invita a conocerte, desde otras perspectivas. Las historias cortas son contundentes, y créame, la divertida y suculenta catarsis, vale la pena. Experiencia fantástica *****
EXPERIENCIOMETRO:
Termómetro exponencial
***** Experiencia fantástica.
**** Experiencia única.
*** Experiencia satisfactoria.
** Experiencia rescatable.
* Experiencia reciclable.
(Un sistema de medición que ayudará a establecer nuestro propio parámetro, en sinergia directa con el espectador. Es un esfuerzo también, por aportar y cuidar al artista.)
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